D10s: De la tristeza a la leyenda
En el corazón del pueblo argentino, Diego sigue vivo. De su partida, nació un homenaje que lo eleva a ícono eterno.
Publicado: 25 / 11 /2025Diego Armando Maradona partió de este mundo el 25 de noviembre de 2020, pero su esencia sigue presente, flotando en el aire. En las paredes desgastadas de los barrios, en esos altares improvisados que brotan en cada esquina, en los cultos nacidos en su honor en Nápoles y Fiorito, en las banderas que enarbolan los hinchas con cada vez que la pelota gira. Su imagen, también, resuena en las marchas sociales, un faro de resistencia para los desposeídos.
Hoy, cinco años después de su partida, nos preguntamos si aquel duelo se ha metamorfoseado en algo más profundo: un fenómeno casi religioso, una mezcla de devoción secular que amalgama camisetas, oraciones y goles repetidos como mantras. Para comprender esta devoción, PERFIL se sumerge en la Iglesia Maradoniana, esa comunidad de fervientes admiradores, y en la voz de Fernando Signorini, su preparador físico, quien lo conoció desde adentro y todavía lo evoca como si estuviera vivo.
Sociólogos del deporte advierten que cuando un ícono como Maradona concentra identidades colectivas y une historias de lucha y sufrimiento, su muerte no termina con el desafió: lo reconfigura. Pablo Alabarces planteó que figuras como él catalizan “sacramentos laicos”, donde los héroes populares se transforman en plataformas de identidad compartida y recuerdos. La devoción, como bien dice, actúa como un ritual secular que deriva en memorias y pertenencias.
Maradona es mucho más que una biografía; es el chico de Fiorito que usó su zurda como vehículo para evadir la miseria, el eterno campeón del mundo, el ídolo napolitano que desafió el orden establecido, el capitán que declaró al mundo que “la pelota no se mancha”. También fue el hombre que luchó por aquellos que no podían, como recuerda Fernando Signorini, un amigo que lo acompaña en la memoria. Siempre dispuesto a ayudar, se preocupaba por los que necesitaban apoyo, demostrando que su legado fue más allá del fútbol.
Ese Diego, el de los gestos sutiles y cercanos, se está canonizando en altares populares que van de Rosario al mundo. No existe un Vaticano maradoniano, pero sí una red de devociones que crece cada vez más. Misiones futboleras, bautismos recreando “la mano de Dios”, matrimonios sellados con pelotas, peregrinaciones al mural en Nápoles que erige un culto en su memoria.
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La Iglesia Maradoniana
En los albores de la humanidad maradoniana, un grupo de amigos en Rosario vislumbró que el tributo a Diego requería más que una simple plaqueta. En el año 2000, ante la necesidad de crear un espacio que reflejara la devoción popular, nació la Iglesia Maradoniana. Hernán Amez, uno de sus creadores, recuerda que hubo miradas en torno a la idea de una peña tradicional, pero decidieron darle forma a algo sin precedentes: una secta en la que el 10 no solo juega, sino que se erige como un dios de la esfera futbolística.
“Si hemos hablado de reyes del fútbol, entonces Maradona es un dios. Este homenaje lo consagra como tal”, explica Amez. Así nació el famoso logo D10s, que fusiona lo divino con su número emblemático.
Alejandro Verón, otro de los fundadores, atesora el instante en que le entregó el carnet de la Iglesia a Maradona, un emotivo momento en el que Diego lo abrazó con gratitud. Y tras ese gesto, como un niño, se dejó llevar por la emoción, pero pronto, con su característica humildad, le preguntó: “¿Qué llorás, boludo? Disfrutá”.
Sin sede y sin sponsors, la iglesia se autosostiene. “No requerimos financiación externa. Ambientamos los lugares que nos acogen”, explica Verón. Sus encuentros pueden ocurrir en canchas de barrio o en bares museos, donde la liturgia se convierte en risas, pizzas y el abrazo a una historia compartida. “La Iglesia vive en nosotros, en quienes sentimos a Diego. No se apaga, es una llama que jamás se extinguirá”, sentencia.
El ritual que propicia la Iglesia es, en su esencia, sencillo y vibrante: bautismos donde la “mano de Dios” es el centro, bodas refrendadas con pelotas y altares improvisados, adornados con fotos, versos y objetos donados por hinchas desde todos los rincones del país y más allá, alimentando un verdadero archivo afectivo que se despliega en cada encuentro.
Diego, D10s y las luchas sociales
Como dice “El profe” Signorini, quien acompañó a Maradona en sus logros y batallas, en él conviven dos personajes: “Diego, el muchacho entrañable y simpático, y Maradona, el ícono que cargó las expectativas de millones”. La carga del personaje fue “insoportable”, reconoce, pero la figura de Diego siempre prevalece.
La necesidad del mundo por Maradona explica su canonización. Cuando encienden una vela en su memoria, rememoran al Diego que jamás renegó de su origen humilde, que alardeaba con orgullo de su sangre guaraní. Su legado político se yergue en la voz de Signorini: “Diego renunció a la injusticia, luchó contra el poder y sus desigualdades”. Y esa lucha resuena hoy en la Argentina que sigue padeciendo la desatención del sistema ante la miseria.
Signorini reflexiona sobre el acceso y el fracaso: “De mil chicos que sueñan, solo unos pocos lo logran. Pero el sistema sigue ignorándolo”. En ese contexto, el maradonismo emerge como una respuesta emocional. Si el fútbol no genera cambio social, se convierte en un mero espectáculo.
Maradona, un “negrito de Fiorito”, se transformó en sentido radical de desafío: el más famoso del mundo, incluso más que el Papa en regiones donde no profesan la fe cristiana. En Nápoles, su santuario es uno de los lugares más visitados en Italia, un fenómeno que no cesa. En fechas significativas, peregrinos de todas partes acuden a rendir homenaje.
Altares, banderas y golarios
El culto va más allá de las fronteras italianas. En Argentina, los altares dedicados a Maradona proliferan por doquier, adornados con cruces, fotos y velas. Algunos lo reconocen como el “patrón de los pibes” o un “santo popular”, coexistiendo junto a figuras como el Gauchito Gil. La Iglesia Maradoniana ha reinventado el rosario: el “golario”, una secuencia de goles y dribles en lugar de oraciones, donde cada “¡Diego, Diego!” se convierte en un grito de fe.

El maradonismo, global y diverso, asocia realidades. Amez asegura que “será eterno”. Aunque no haya visto jugar a Diego, su esencia vive en los relatos y recuerdos. “Para mí es como si fuera hoy mismo. Su figura se magnificará aún más con el tiempo”, agrega.
La fecha fatídica del 25 de noviembre lo recuerda en el tumulto de su velorio multitudinario, donde uno de los momentos más conmovedores fue el abrazo de su hija Dalma. “Ahí lloramos todos”, confiesa y añade que el tiempo, en vez de opacar, intensifica esa unión. “Su memoria crece con la muerte, algo que pocos logran”.
Signorini, en su melancólica reflexión, menciona una “muerte injusta”, una despedida que no refleja la vida que vivió. Sueña con un final distinto: un Maradona que se despide de pie, en la Bombonera, proclamando su lema que la “pelota no se mancha”. No obstante, reconoce que su legado es invaluable: “Me enseñó a vivir colores que jamás imaginé”.
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Cinco años después
Cinco años después de su partida, el eco de su nombre resuena con fuerza. Es el niño del potrero que desafía las adversidades; el capitán que se alza en el Azteca; el líder que se enfrenta al poder en defensa de los más vulnerables. Diego es un símbolo que conecta la lucha social con la pasión, un vínculo personal que trasciende las estatuas.
El maradonismo insta a reflexionar de una manera activa, más allá del tiempo de nostalgia. ¿Quién toma el testigo en las luchas sociales que él defendió? ¿Qué significa el fútbol en un país que todavía se enfrenta a la lucha por derechos básicos? ¿Resistencia o escape, qué papel juega el culto en su memoria?

No hay una única respuesta, lo que evidencia es que, en estos tiempos de amnesia, la figura de Maradona resiste con firmeza. Regresa en cada grito de gol, en cada niño que se atreve a llevar su camiseta, en cada mural que conmemoramos su legado. Vuelve cuando un padre le narra a su hijo sobre ese pequeño zurdo que nunca vio jugar en vivo, pero cuya esencia perdura gracias a la memoria compartida. Regresa en cada hinchada que, alrededor del mundo, retumba su nombre.
Quizás por eso, cuando las luces se apagan tras el último homenaje, la frase que encapsula su legado proviene de quien vivió a su lado. “A veces me pellizco para recordar, ¿será cierto lo que viví?”. Signorini observa cómo su existencia cambió radicalmente cuando Diego entró en su vida. “Él transformó mi existencia”.
El maradonismo va mucho más allá de recordar a un futbolista excepcional; se trata de rendir homenaje a un modo de entender la vida, donde la belleza, la rebeldía y una fe indestructible cohabitan, buscando siempre pistas donde sus huellas permanecen vivas.
ML
